9 de agosto de 2013

LA LEYENDA DE LA CHICA DE LA CAZADORA

LA CHICA DE LA CAZADORA          

LA CHICA DE LA CAZADORA
Cuentan de un chico que, por motivos de trabajo, se trasladó a otra ciudad, y estando una noche tomando una copa en un bar cercano a la casa que tenía alquilada, conoció a una chica encantadora, misteriosa, bellísima, con un aire nostálgico y soñador. Su nombre era Claudia. 

Pasaron gran parte de la noche juntos; hablaron de mil cosas, de sus vidas, de los sueños que nunca cumplieron, de los que les gustaría hacer realidad. Se conocieron a fondo. 

A altas horas de la madrugada, la chica le dijo al muchacho que lo sentía, pero que tenía que marcharse. El chico intentó disuadirla, retenerla; había encontrado un ser maravilloso, y no quería dejarla escapar. Le dijo que la llevaría a casa, pero ella se negó, que cogería un taxi. Él la acompañó a la calle, a la puerta del bar. “Tengo frío”, le comentó ella entre susurros; “Toma mi cazadora -sugirió él- ya me la devolverás, de este modo tendremos una excusa para volver a vernos; ¿te parece?”

Ella accedió con una sonrisa. Se colocó la cazadora del chico sobre los hombros, al tiempo que escribía en una pequeña hoja una dirección.

“Toma, pasa esta tarde por aquí y te devolveré la cazadora, y ahora márchate, que es tarde, y yo esperé aquí en la puerta del bar a un taxi”. Aunque él trató de acompañarla hasta que llegara el taxi, ella se negó, y el chico no tuvo más remedio que marcharse. No obstante, se marchó feliz, ya que al día siguiente volvería a verla.

Se besaron y se dijeron adiós con la promesa de volver a encontrarse la tarde siguiente. Las horas se hicieron eternas para el chico, esperando que llegara el momento de encontrarse de nuevo. 

Cuando llegó a la dirección que Claudia había escrito, se quedó desconcertado. Estaba delante de un cementerio. Al principio imaginó que se trataba de un error; quizás lo había escrito mal; seguro que había una explicación lógica.

Algo le empujaba a entrar en el recinto, notaba un extraño magnetismo que le empujaba a cruzar la puerta. 

Entró, y sin saber bien por qué, buscó compulsivamente por todas las calles del cementerio. Nicho por nicho, tumba por tumba. De pronto se halló frente a una lápida de mármol blanco, una sencilla foto, y una breve inscripción:

"Claudia Serrano, abril del 65; enero del 2008. Nunca te olvidaremos".

Notó como algo dentro de él se rompía en mil pedazos. La chica de la foto sin duda, era aquella muchacha que había conocido horas antes.

Al lado de un marchito ramo de flores estaba su cazadora impecablemente doblada. 



¡Es la voz del Gran Chaman!

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